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miércoles, 27 de abril de 2011

Caminando por la carretera










Es cierto que mi cónyuge me ha brindado todo su apoyo durante todos estos años en que he estado enfermo, y lo ha hecho con tanta dedicación y cariño, que he llegado a asemejarlo con el cuidado que brinda una madre a su hijo, quien no puede valerse por sí mismo y por el cual es capaz de entregar su vida entera a cambio de la recuperación y protección de su cría, pero también es verdad que en ciertas oportunidades hemos discutido debido a que no comprende mis complicados padecimientos.

El último altercado que tuvimos fue a raíz de una crisis severa en la cual se manifestaron en mí todos los síntomas de la enfermedad que padezco. El conflicto se originó debido a que mi esposa me reprochó que el origen de todos mis males eran que “yo no quería sanarme”, que “no ponía de mi parte”, que “estaba sano” etc., intencionalmente se supone. Mi reacción ante tal recriminación fue exaltada, busqué todos mis medicamentos, los cuales utilizo con prescripción médica (psiquiatra) y que tienen por finalidad controlar mis malestares psicológicos, los arrojé a la combustión lenta (en presencia de mi esposa) donde ardieron hasta consumirse por completo, observaba yo con espanto y dolor cómo se quemaban no sólo mis medicamentos, sino también mi vida. Mientras observaba cómo se carbonizaban mis fármacos me imaginaba como si fuese Luis XVI esperando caer el cuchillo de la guillotina que le cercenara su cabeza, era yo quien temblaba con espanto y dolor hasta desfallecer. Posteriormente le expresé, en forma irónica, que era verdad lo que ella me criticaba y que desde ese momento no continuaría con mi tratamiento porque tenía razón, yo “no ponía de mi parte”, “estaba sano”; y, por ende, no utilizaría desde ahora las drogas que me había prescrito el médico.

En ese preciso momento, y cuando ya eran las 22:00 horas aproximadamente, me encaminé hacia la puerta de mi casa, salí y comencé a caminar sin rumbo, sin antes escuchar los llamados de mi esposa e hijos, los cuales me pedían que volviera. Hice caso omiso a los ruegos de mi familia, probablemente debido a la soberbia que me embarga en ciertas ocasiones y continué caminando por el lapso de una hora. Hasta que, de pronto, me asaltó la idea de caminar por la carretera principal de mi país, sin rumbo, dejando que me guiaran mis pasos. Estaba obscuro, en la carretera no hay iluminación, por lo menos por donde yo transitaba. Comencé a caminar sin saber hacia dónde me dirigía, a medida que avanzaba observaba los árboles que había a ambos costados del camino, los veía como sombras, sombras que de pronto se inclinaban y parecían abrazarme. Instantes después advertía que se curvaban como si fueran monstruos acechando a su presa, los percibía como personas deformes que se reían a carcajadas, quizá al verme tan temeroso y horrorizado. Sentía tanta rabia, odio y resentimiento que decidí desplazarme por el centro del camino pavimentado, embargado por un sentimiento suicida que provocaba en mí el deseo de morir atropellado por un vehículo, los cuales se desplazaban a gran velocidad (130 km/hrs) en promedio.

Cada vez que se aproximaba un automóvil con sus luces altas, las cuales me encandilaban, hacían sonar su bocina a medida que se acercaban, yo, impertérrito, continuaba con mi marcha suicida. Sólo advertía que pasaban como un asteroide a mi lado, dando fuertes bocinazos que me ensordecían y ocasionalmente oía gritos provenientes de los vehículos, pero que para mí eran indescifrables. Lo más probable es que eran groserías que yo no podía desentrañar producto del ruido del viento y los motores de los coches. Lo que más me apesadumbraba era que ninguno se detenía, en un acto de piedad cristiana, por lo menos para averiguar qué me sucedía. Paradojalmente me sentía sólo en el mundo, a pesar del flujo de vehículos con sus ocupantes que pasaban ignorando mis tribulaciones, sólo recibía de parte de ellos imprecaciones que más me atormentaban.


Ya agotado, y después de varias horas de deambular, decidí descansar a la orilla del camino, no había berma. Lo que sí había eran unos matorrales de poco tamaño y cuya base era tierra húmeda y agua. Ahí caí con todo el peso de mi cuerpo, extenuado, hasta que me dormí. Cuando desperté estaba despuntando el alba, me levanté, aturdido, sin saber dónde me encontraba ni porqué estaba allí. Observé mi ropa, estaba sucia y mojada producto del agua y lodo que ahí había. Sentí un fuerte dolor de cabeza y estómago, mi cuerpo entero temblaba, salí de mi incómodo tálamo y, desorientado, comencé a observar con el ánimo de determinar dónde me encontraba y así tomar rumbo, ¿hacia dónde? Todo lo percibía como irreal, como una pesadilla de la cual quería despertar, pero no podía. De pronto, y tal vez debido a que no había tomado mi dosis de medicamentos y al setress por el cual en ese momento estaba pasando, sentí que me movía violentamente, pensé que en ese momento se estaba produciendo un temblor o terremoto. Pero aún así, en medio de mi aturdimiento, pude constatar que los vehículos continuaban circulando no dando muestras de alguna anormalidad, como así también observé los matorrales y árboles que había a mí alrededor y éstos no se movían, excepto lo normal debido a una pequeña brisa que se sentía. Las alucinaciones aumentaron, comencé a ver la sombra de animales que pasaban delante de mí en forma veloz sin poder determinar qué tipo de animales eran. Escuchaba gritos de personas, estallidos que yo sentía dentro de mis oídos y un crujir de nervios en mi cerebro que casi me hacían perder la conciencia, este crujir de nervios , como yo los denomino, me los explico como si alguien, con una prensa, estuviese comprimiendo mi cerebro, que no mi cabeza, hasta hacerme perder la consciencia. Todas estas alucinaciones las sufro en forma recurrente.

De pronto mis piernas se debilitaron a tal punto que experimenté un desvanecimiento y caí a la orilla del camino, ya había perdido la consciencia. No sé cuánto tiempo estuve así, sólo puedo decir que de pronto sentí una sirena de un vehículo, que luego pude juzgar, que era un vehículo de la policía, pensé, por un momento , que me  llevarían detenido por obstruir la carretera o por vagancia, pero no fue así. Los policías amablemente me llevaron directo al hospital. Allí, probablemente, me inyectaron algún calmante y cuando reaccioné, no puedo decir después de cuanto tiempo, estaba en una camilla en un sala del hospital y mi esposa me tenía tomado de la mano sonriendo.
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